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JUAN
MANUEL ROCA: LA POÉTICA DE LA INSUMISIÓN
Por
Lina Alonso Castillo *
Walter
Benjamin
El poeta, crítico y ensayista, definía la poesía como “esa araña que sube por la escoba que la barre”, y ahora en conmemoración del título Honoris Causa que le fue otorgado por la Universidad Nacional, le damos oportunidad y otra perspectiva a esa araña que durante mucho tiempo sigue representando un desafío para los debates que se dan entre los espacios en que la escritura y la creación tienden a escindirse de los discursos institucionales, como el de las academias. No obstante, reconoce que ésta última es un espacio se conjugan en la palabra para referir la inacabada e inevitable relación que existe entre la realidad, recuerda: “A parte envidio de las maestrías, más que de la sola academia, la interlocución porque recuerdo que a veces nos reuníamos en mi generación , dos o tres amigos en un bar o en la calle, que es tan importante, a conversar y sin embargo no había mucha interlocución entonces uno creía que el único que se estaba haciendo preguntas trascendentales sobre la literatura era uno, pero había cien que se la estaban haciendo por igual”.
La
relación en ésta circunstancia que ofrece Roca en cada uno de sus textos, está
dada por la imaginación no como fantasía sino como correspondencia: a cada
momento histórico o cotidiano le pertenece una facultad poética para revelarse
contra el orden formal de la literatura, contra el silencio que acompasa las
más gélidas estaciones del horror que han tomado partida a lo largo de toda la
historia, contra los dictámenes y manuales de instrucción que acaparan el
discurrir de la existencia. Recordaría él mismo en su discurso “Elogio de la Poesía” que “mientras
persista la imaginación, la capacidad de fabular más allá de la espesa nata de
la uniformidad y el gregarismo, mientras la poesía sea arena y no aceite en las
maquinarias ideológicas y cerradas de un mundo sin matices, el hastío, el miedo
y la miseria, ese trípode en el que se monta la visión del mundo actual, no
extenderá del todo su aire espeso, el agujero negro de la satisfacción y el
aturdimiento colectivo que tanto exaltan los tartufos.”
Cuando
Gonzalo Rojas afirmaba en Juan Manuel Roca al poeta que sí sabe decir reconocía el poder que sus libros emanan en el
momento preciso para acercarse a todo
aquello que aparece dividido entre nosotros. Por ejemplo, esa división entre vida
y literatura, entre la intención y acción, entre lo poético y lo prosaico o
entre el impulso creativo y el dogma académico se revisten ahora de una
correspondencia a la que asisten de testigo las palabras, palabras enlistadas en
la guerra, en las calles, palabras soldado, palabras nadie, o palabras tacto en
el retrato de un ciego (“Los niños ciegos remplazaban el balón por una caja de
lata y jugaban con el ruido”) ; en todo caso, enjambre de sombras en constante asecho de los días y es que eso es
uno de los aspectos que se suman en la valía de su obra: sus temas y sus
problemas están entre nosotros, nos atañen y nos enfrentan a todo aquello que
sucumbe ante la pragmática realidad. Ya Héctor Rojas Herazo nos recordaría que
es un poeta que nos habla de nosotros,
habla del hombre que se hace y se deshace en las salpicaduras del mundo que
quedan en él, en todos.
En
una ocasión el poeta contaba el por qué de la elección de éste oficio a lo cual
respondía: “A mi me preguntan que por qué me decidí a escribir poesía, yo digo
que de la misma manera en que cualquiera se decide a hacer arte y es por una
insatisfacción con la realidad. La prueba de que el hombre no está satisfecho
es que necesita el arte, ya sea para complementar, para transformar, para
pleitearse con la espantosa realidad que vivimos” (Entrevista inédita, “Poesía
es otro”) y es en esa interminable lista de motivos e inquietudes donde se
resuelve la aparente lejanía de la escritura con el análisis dogmático y
positivista que se le ha atribuido a la academia, las dos se plantean el
problema de la vida y sus manifestaciones como centro de su interés, de su
análisis.
Ahora
bien, cuando planteo su poética como la de la insumisión lo digo por la capacidad
de resistencia ante la magia y el establecimiento de las ideas preconcebidas, esa
escritura cimentada en las expresiones dispuestas a la servidumbre de una mala sorpresa,
la elaborada con previo anuncio, y que ha formado una larga tradición en alguna
parte de la poesía escapista, esa que rehúye a la vida misma, a la verdadera, a
esa que espera como en una novela de detectives a que el horror sea la que
decida el rumbo de las cosas. Resalta lo inconveniente que puede ser la
escritura en tiempos de sordera visual. Su palabra llega como una constante entre
la ruptura, el desasosiego y la
celebración; una paradoja pendular que obliga al lector a moverse en los
distintos planos en que la realidad discurre y que la lógica persiste en
abarcar.
La
libertad de su poesía está en el duelo que le plantea a la “Pálida razón” de
Rimbaud, en ese confrontar el yo con los
demás que termina ante todo creando a través de la imagen nacida del mundo
visible de lo que conocemos bajo la mirada de lo “real”, y el mundo invisible de la ensoñación. Sabe
que desde la estética se equiparan terrenos que intervienen en la ética, en las
sociedades.
Hablando
de sus poemas, la elocuencia lírica con la que trata casi cualquier tema llega
a ser un elogio a la desobediencia, una separación de las viejas matrices del
Yo y la servidumbre a lo escapista. La anarquía de sus imágenes reside en la
renovación poética de los recursos estéticos donde los vocablos, saltan, se
cazan o se prenden fuego, las metáforas se desplazan desde la literatura hasta
las calles y viceversa. Imaginación y despojo se conjugan en un sólo salto, nos
queda el vértigo del poema y la página en duelo, su escritura que es poética y
plástica al tiempo nos lleva por insospechados caminos donde más que a una
nueva lógica, nos permite asistir a la nueva alianza entre una forma de andar
en el mundo y una de hacerlo parecer
común a todos, al tiempo. Su universo lírico puede partir de la ensoñación y
aterrizar en las calles, en la bailarina, el pandillero, en Nadie, en César
Vallejo o en Benny Moré, otra opción de no olvidar los matices en el acto de
creación.
En
oposición a lo que algunos han decidido nombrar arbitrariamente como la ruina
de la interpretación y de la recepción poética, la academia ha contado con
bastantes ejemplos que habilitan nuevas visiones y enriquecen el contrapunteo a
la recua de feligreses que han pregonado, en su mayoría de casos sin juicios
completos, el encierro de la poesía en las jaulas académicas.
Desde
la sencillez de su lenguaje, Roca hace que su ritmo sea el de los tangos y las
viejas trovas cubanas que acuden al hombre en su gesto más grave, su metro es
el de París llevando muertos de una t/caverna a otra y su poética la de la
insumisión, la que dice lo que no se quiere oír, sobre todo en un país que
acostumbra a entonar, como lo decía Kafka, la canción de los dientes apretados.
Basta
citar uno de sus poemas para entender la amplitud de su obra y la relación que ésta siempre encuentra hasta
en lo más denso de las sociedades lotófagas, a quienes nunca vendría mal ésta
gran analogía del gran poder secreto del
silencio y la inacción.
Mi olvido es rey
Son las dos de la tarde y las diez de la nada.
Héctor Rojas Herazo
Como a todos los habitantes del país,
cada mañana me abofetea el espejo. Pero una vez pongo mis pies en la calle no
hago caso de la afrenta: mi olvido es Rey y no admite vejaciones.
Voy al diario. Tropiezo con mis colegas
que hablan de los muertos del día. Hoy fueron decenas los mancillados en la
lista. Se sufre un rato pero todo se esfuma, porque mi olvido es Rey. Un
cruzado del silencio.
No sé quién coronó al olvido como mi
sereno monarca, mas lo veo caminar por rojas alfombras. Mi soberano el olvido
nunca fue príncipe, ni conde, ni audaz caballero, pero hoy es el Rey. En cuanto
a mí, sólo he ido al galope por un incierto reino -el cuerpo como fatum- a
guerrear en batallas intestinas.
Mi olvido es Rey. Los días, una orgía
de horas muertas que le rinden vasallaje.
A veces escucho que en un rincón del
país se reanudan las masacres. Pero de acuerdo a una alta investidura asignada
a mi estirpe -Majestades del vacío, Emperadores de la nada, Regentes del trono
sombrío- todas las noches acudo al banquete del olvido.
Ahora mismo ignoro, como todos los
nativos del país, el lugar donde me encuentro.
Al
parecer una buena tregua si cifra en éste reconocimiento, que más que haber
sido otorgado a una sola persona, ha sido otorgado a la poesía, a ese oficio de
quienes elijen, con esmero y con plena libertad, el desierto en el que van a
predicar, parafraseando la definición de Roca de los poetas. La fuerza de
asociación de la poesía prevalece en esta ocasión para demostrar una vez más su
raigambre en la vida, en el peso de lo visible que nos rodea, en ese andar
al mismo tiempo en dos orillas de la realidad (“Elogio de la poesía”).
* Estudiante de Literatura con énfasis en
investigación, crítica y teoría literaria de la Pontificia Universidad
Javeriana. Diplomada en Latín del Instituto Caro y Cuervo y egresada de Teatro
de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño.
NTC
… nota: Gracias a la autora por el aporte. Parte de este
texto se publicó el 6 de Octubre, 2014, en Razón Pública:
En su 2a. etapa, provisional, publican y difunden
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