jueves, 11 de diciembre de 2014

Cita con Alvaro Mutis en Estambul. (Fragmento). Por: ARMANDO ROMERO. 14 DE NOVIEMBRE, 2014

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Cita con Alvaro Mutis en Estambul
      (Fragmento)
Por: ARMANDO ROMERO
14 DE NOVIEMBRE, 2014
Siempre habrá sitios a los cuales no nos será permitido llegar, libros que no podemos leer así estén a nuestro lado por toda una vida, mujeres u hombres que sólo el sueño nos permite acariciar. Creo que aquí, en este territorio de lo imposible, están las llaves que nos permitirán acceso a la obra de Álvaro Mutis. Obra que, como el lector podrá comprobar, decanta una amarga derrota. Sin embargo, la vida, signada por  la muerte, se afirma en cada uno de sus poemas, en sus obras en prosa que comulgan con ella. A diferencia de los aztecas, quienes lo acompañaron en los altiplanos de México por muchos años, Mutis se enfrenta a lo inevitable de la muerte sin caer en la celebración, y logra que su mundo no sea triste, sea vital aunque desesperanzado, ardiente en la consumación de esa misma derrota.
Es por esto que hay una enorme sencillez en el pensamiento poético de Mutis, la cual lo aparta del mundo contemporáneo que ve su esencia en lo complejo. Es la sencillez de quien ve directamente la realidad. Nada de subterfugios, de mamparas barrocas, de encantos verbales. Poesía cristalina, no oscura, repito, que si bien transparenta un intenso dolor, una desolación que se remonta a la infancia, no hace de ese dolor un sacrificio, una pasión, sino un arma de vida, un canto y una exaltación frente a lo irremediable. Como consecuencia de esto, no es posible ver a Mutis en alianza con otros escritores latinoamericanos que fueron su generación: Mutis es diferente.
Es un misterio a ojos abiertos cómo hacen los poetas, los escritores, para escribir sus libros. Recuerdo en mis días en México, allá a principios de la década del 70, que Álvaro estaba fascinado por un texto de Luis Cernuda, “Historial de un libro”, donde el poeta español revisa desde un ángulo autocrítico el hacer de su obra poética. Este lento y penoso proceso de factura del poema lo intrigaba profundamente, y reflexionando sobre ello me confesó que él sabía que su propia obra era y siempre sería fragmentaria. He allí una de las imposibilidades a las que me refiero: nunca hubo punto final para Mutis.
En mis largos años de extensas charlas con Álvaro nunca le pregunté cómo escribía sus libros, y no sé si esto lo haya revelado en las múltiples entrevistas que le hicieron. Yo no quería interferir en el misterio que a veces venía en sus palabras en referencia a su quehacer literario: “No sé de dónde salieron esas cosas que estoy escribiendo”, me dijo un día con respecto a su libro “Caravansary”. Le encantaba narrar que escribía mucho en los aeropuertos, pero que perdía mucho tiempo hablando con gente del común ya dentro de los aviones. “Debe ser porque soy un simpático profesional”, era su excusa, aunque la verdad era un hombre que amaba a la gente, no importa que fuese muchas veces “políticamente incorrecto”.
No lo sé de cierto, pero me atrevo a conjeturar que su obra salía de un lento proceso de pensamiento y gestación. Y a pesar de que era un fervoroso amante de los surrealistas desde su juventud, de todas las vanguardias, escribía como un poeta del siglo XIX, atendiendo a la prosodia, a la compostura sintáctica, a la ordenación clara de las ideas, aunque por supuesto evitaba las rimas. Nada de juegos o malabarismos verbales, aunque se reía a carcajadas de “La masmédula” de Oliverio Girondo, joya de la vanguardia literaria en Hispanoamérica.  La fuente de su poesía era la búsqueda de comunicar al lector un pensamiento propio, altamente complejo en su sencillez. 
Por esos días de México, en el 70, me atreví a enseñarle unos poemas míos que formaban parte de mi libro en preparación “El poeta de vidrio”. Uno de ellos tenía un verso recurrente donde Alvaro encontró un molesto sonido cacofónico entre vocales y consonantes. Luego de confesarme que había intentado reparar este supuesto daño al poema sin lograrlo, me contó una anécdota con respecto a su poema “Cita”. El primer verso dice “Y ahora que sé que nunca visitaré Estambul”. La cacofonía de este verso en “que sé que”, incrementada al máximo por el verso siguiente: “Me entero que me esperan…”, se forma por la repetición de la vocal e 11 veces en ellos, logrando un sonido desagradable. Debo señalar que Mutis era un fervoroso melómano, con una inmensa cultura musical y un oído finísimo. Esta lamentable disonancia fue captada de inmediato por su amigo Gabriel García Márquez, quien según le reveló después pasó largo tiempo buscando solución a este problema fónico y tampoco pudo resolverlo satisfactoriamente. Mutis concluía, reflexionando sobre esto, que la literatura tiene una sola forma de expresarse, y que esa forma está de acuerdo a una verdad intrínseca, que no se puede falsear la realidad de un verso para hacerlo mejor, y que el poeta debe obedecer a la verdad de las cosas.
Podemos ver así que Mutis se aleja de los postulados creacionistas que buscan “crear” el poema como algo aparte de la realidad, o los diversos vanguardismos donde el fluir de la imagen arrastra el poema a soluciones imprevistas, o donde el encuentro fortuito de las palabras da origen a la idea que enhebrará el poema. Esta posición lo acerca a las palabras de Pablo Neruda cuando dice “Dios me libre de inventar cosas cuando estoy cantando”. Y aunque su desafecto por el Neruda estalinista y arrogante político era manifiesto, no por eso dejaba de reconocer la magia inmensa de su poesía, la cual había sido fuerte inspiración en sus años de aprendizaje.
Debo enfatizar aquí algo para que se vea con más claridad al ser Mutis como poeta y escritor. Dicho lo anterior, lo paradójico era que Mutis gozaba enormemente de los juegos de la imaginación surrealista, con los abismos sintácticos de Raymond Roussel, con los “cubiletes de dados” de Max Jacob. Y esto se explica porque su corazón estaba siempre abierto a la experiencia humana, aunada a la experiencia literaria, no importa que apareciera disparatada y absurda, con tal que conllevara un alto grado de sinceridad.


John Updike, el conocido escritor norteamericano, dice en su formidable ensayo sobre la obra de Mutis “The lone sailor” *, que Mutis y Hemingway coinciden porque “promulgaban un estilo de vida” con su obra literaria. Valga esta precisa observación para señalar que tanto la poesía como la prosa de Mutis se conjugan en una sola obra, avalada por su propia vida. Tal vez el escritor suizo-francés Blaise Cendrars sea un buen ejemplo de esta alianza, porque en Cendrars no sólo vemos la fijación poética aunada a la necesidad del viaje, sino la aventura en el hacer de la vida y la escritura …
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De: ARMANDO ROMERO 
Fecha: Cincinnatti (USA),  10 de diciembre de 2014, 14:58


Asunto: Estambul. Álvaro Mutis. “Reducidor de cabezas” …
Para: NTC …  ntcgra@gmail.com

Amigos de NTC …
Les debo una larga carta como siempre agradeciéndoles toda su generosidad y la bondad de sus brazos abiertos para los que mucho les queremos y estimamos su labor.  
Regreso de Estambul con ojos de maravilla. Nunca esperé encontrarme con una ciudad-palimpsesto tan misteriosa, tan llena de interrogantes sin respuestas. Sentir que nuestra venerada Constantinopla todavía está viva, palpitante, a pesar de los gritos de “Alá” que buscan ocultarla, fue algo que me conmovió profundamente. Nunca había estado en una ciudad donde se superponen tantas culturas, aunque no se mezclan a la manera del “sueño americano”, para no ir muy lejos, o a la manera de nuestro mestizaje tricultural. Hititas, griegos, persas, bizantinos, otomanos, armenios, árabes, kurdos, turcos, en fin, una y otra capa sedimentaria como rocas que podemos sentir, tocar con nuestras manos. Tal vez, y esto me lo hacía ver nuestro querido Jotamario, lo único que se le asemeja sea la Alejandría de Durrell, con el viejo Kavafis paseándose por el malecón.
La presentación del libro de poemas en turco de Álvaro Mutis fue excelente, y no me vanaglorio porque la excelencia se debe a la organización de la Embajada de Colombia, encabezada por el embajador Fernando Panesso, y las encargadas de la difusión cultural, Alejandra Jurado y Daniela Bohorquez. También la presencia del poeta turco, Adnan Ozer, quien se encargó de acercar la obra de Mutis y de otros poetas colombianos a un nutrido  público, principalmente académico e intelectual, de Estambul y Ankara. Yo presenté un trabajo sobre Mutis del cual les haré llegar, y ojalá lo puedan difundir por NTC … , un par de páginas, ya que es un poco largo. Fue sorprendente ver que al lado de García Márquez, la obra de Mutis es lo más conocido nuestro en Turquía, y obviamente eso nos deja de maravilla, y contrarresta esa imagen negra que nos ha acompañado por años gracias a nuestra insania social y política.
Lastimosamente veo en las páginas de NTC … que esta insania nos sigue acompañando, y que un escritor de nuestra provincia ha ganado el premio nacional de periodismo con unas palabras mal intencionadas sobre Álvaro Mutis. Es triste ver que el ejemplo de la diatriba y el insulto se reproduce más rápidamente que el de la crítica honesta e inteligente. Van a pasar muchos años antes de que algunos de nuestros escritores comprendan que sólo a través del estudio y la reflexión profunda, sin aspavientos bullangueros, podremos avanzar y hacer del país algo mejor. Allí en Estambul, no sólo sentía la presencia de Mutis con su poesía, sino con ese cuento magistral titulado “La muerte del estratega”, en donde se nos viene encima todo Bizancio con sus maravillas. Ojalá el escritor ganador lo lea un día, y empiece con este ejemplo a aprender a escribir y a respetar a los mayores.
Horror de horrores, veo por sus páginas hoy que este mismo escritor también es un “reducidor de cabezas”, y que ha decidido empequeñecer a nuestros Isaacs y Palacios. ¡Dios nos libre y nos favorezca de los que así adquieren grandeza!
Pueden dejar abierta esta carta para los lectores de NTC … , si la consideran pertinente. 
Va mi gran abrazo, Armando


Armando Romero.Hagia Sophia, Nov. 2014

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***  14 DE NOVIEMBRE, 2014, Estambul, 12 del medio día (hr. local)
--- Book Launching of the Turkish-language Version of "The Boater Verses" by Alvaro Mutis. Guests: Armando RomeroColombian writer. Conference: "Meeting Mutis in Istanbul" Language: English Place: Istanbul Book Fair * -TUYAP Fuarve Kongre Merkezi, E - 5 Karayolu Uzeri, Gurpinar Kav§agi. Buyukgekmece, Istanbull - Istanbul - Kinaliada room Date: November 14 Time: 12:00 pm // * 8 al 16 de Noviembre, ver evento en dicha fecha. 
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*** 8 al 16 de Noviembre, 2014, Estambul, …
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--- COLOMBIAN LITERATURE TAKES OVER TURKEY. Stand (Nov. 8 to 16) with Gabriel Garcia Marquez's literary works.  FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE ESTAMBUL, Versión 33. (33 rd INTERNATIONAL ISTANBUL BOOK FAIR). Tribute toGabriel Garcia Márquez and book launching of the Turkish-language version of "The Boater Verses" byAlvaro Mutis.  Invitados: Conferencias de Armando Romero * (Colombian writer, en Estambul y Ankara)  y Jaime Abello Banfi ** (Director General, New Iberoamerican Journalism Foundation).Detalles: Click derecho sobre las imágenes para ampliarlas en una nueva ventana.Luego click sobre la imagen para mayor ampliación.
 * --- Book Launching of the Turkish-language Version of "The Boater Verses" by Alvaro Mutis. Guests: Armando RomeroColombian writer. Conference: "Meeting Mutis in Istanbul" Language: English Place: Istanbul Book Fair-TUYAP Fuarve Kongre Merkezi, E - 5 Karayolu Uzeri, Gurpinar Kav§agi. Buyukgekmece, Istanbull - Istanbul - Kinaliada room Date:November 14 Time: 12:00 pm
** --- Video-Forum: Gabriel García Márquez. Life and work. Guests: Jaime Abello Banfi -Language: English.Place: Istanbul Book Fair - TUYAP Fuar Ve Kongre MFRKF7L F - S Karayolu Uzeri, Gurpinar Kav§agi, Buyukgekmece, Istanbul - Karadeniz room. Date: November 15 Time: 7:00 pm.
* --- Tribute to Gabriel Garcia Márquez and book launching of the Turkish-language version of "The Boater Verses" by Alvaro Mutis. Guests: Armando Romero - Colombian writer. Conference: "Meeting Mutis in Istanbul" Language: EnglishPlace: Ankara University. Centenary Room, Principal's Building. Tandogan Campus. Date: November 18 Time: 10:30 am.
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martes, 25 de noviembre de 2014

AURELIO ARTURO, LAS SÍLABAS LENTAS. Por Juan Manuel Roca. En "Galería de Espejos". Homenaje y Memoria. 40 años de su muerte

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En su 2a. etapa, provisional, publican y difunden 
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AURELIO ARTURO, LAS SÍLABAS LENTAS
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(La Unión, Nariño, 22 de febrero, 1906 - Bogotá, Noviembre 24, 1974)

Por Juan Manuel Roca
De su libro Galería de Espejos
Una mirada a la poesía colombiana del siglo XX. 
Alfaguara Marzo, 2012


A caballo entre la generación de “Los Nuevos” y la de “Piedra y cielo” y sin casi ningún atisbo de coincidencias estéticas con estos grupos, Aurelio Arturo lleva a solas una discreta y asordinada rebelión de rechazo a los excesos lingüísticos de unos y a cierta melosería de otros, aunque esto no fuera un asunto que lo desvelara.

Con Aurelio Arturo no comienza ni termina una escuela poética, no hay el desmán vanguardista ni el deseo de deslumbramiento, no hay ni en su vida ni en su obra ninguna suerte de exotismo. Sorprende que no sea, precisamente, un vanguardista quien partiría en dos la poesía colombiana.
¿Qué es lo que causa embeleso o ensoñación en su poética, qué misterio se nos revela al contacto con su palabra hecha de esencias, cuál es esa música antes de él inaudible en la poesía colombiana que nos hace partícipes de un mundo de desnudez adánica?
¿Cómo ubicar esa voz casi silenciosa, casi susurrante e íntima, que no encaja -aunque se asomen a él ciertos ritmos de José Asunción Silva y de Porfirio Barba Jacob- en el mapa de nuestra poesía?
Uno de los temas dominantes en Aurelio Arturo, el de la infancia, es preservado por el poeta  más allá de las contingencias y los avatares de una vida más o menos desvaída, más o menos sin el brillo de grandes aventuras.  Siempre que leo a Arturo recuerdo la sentencia del escultor vasco Oteiza, que decía que la genialidad es una mezcla de intuición y descontento.  La intuición que procede a favor del misterio de su poesía quizá le brote de ese territorio mítico de la infancia. En cuanto a su descontento, baste con señalar esa manera solitaria como el poeta toma distancia de la estética imperante al momento de publicar sus primeros poemas en 1930, en medio de la generación de “Los Nuevos” y el despunte de la generación de “Piedra y Cielo”.
Aurelio Arturo bebe en la evocación, más aún que en la nostalgia, pues ese sentimiento evocativo rebasa la quejumbre, la idea de un doloroso ayer perdido.  Parece saber que el entierro de un poeta casi siempre ocurre en la infancia. Alguien lo desalienta y quiere forzarlo a reproducir un naturalismo de la realidad inmediata, y si logra convencerlo ya está: el poeta-niño da paso al poeta-muerto que habrá de llevar a cuestas el resto de sus días.
Parece como si su palabra naciera en la infancia y desembocara en el poema.  “Un largo, un oscuro salón, tal vez la infancia”.  De allí, de versos como este de “Canción del ayer”, la poética de Arturo se desdobla en otros temas cenitales: la noche y sus canciones, el viento y las palabras, los aromas y los sabores, no son otra cosa que una larga, una prolongada metáfora que se centra en el tiempo, en la temporalidad de seres y de cosas.
Casi en cada poema de Arturo hay una suerte de arte poética.  Quizá esa reflexión del poema que se informa a sí mismo sea única en la poesía colombiana, en el sentido de una constancia, de una permanencia melódica, de un intermitente regreso.
En su poema “Canción del viento”, en sus tres primeros versos, podría señalarse una especie de paráfrasis de la vida y la obra del poeta, y de su anhelo de construir la poesía desde la sombra, desde el susurro y el tono menor:

Toda la noche
sentí que el viento hablaba,
sin palabras.

No recuerdo con exactitud cual pudo ser el primer poema de Aurelio Arturo que leí en el “Panorama de la nueva poesía colombianaque reunió Fernando Arbeláez en 1964.
Pero sí recuerdo bien el tipo de emoción que me suscitó. Sentí que alguien me había hablado sin palabras, o que si estas existían estaban expresadas en un tono tan desvaído en su expresión, que sólo me había quedado una atmósfera envolvente pero irrepetible en la memoria.
En realidad el contacto inicial con la poesía de Arturo seduce discretamente, sin producir grandes emociones.  Es un poeta al que hay que llegar despojado –como su poesía misma- y que opera en nosotros como liberador de una sensibilidad que tiene su mejor recepción cuando su carga de intimismo es proporcional a nuestra intimidad mejor habitada. 
Sólo después de una y otra lectura, la belleza poética de Arturo, sus ritmos que no están hechos de sonoridades externas sino de interioridad, su poética que más que contar algo episódico se interesa en crear una atmósfera, se nos revela en su hondura y transparencia.  Toda la vida que da vida a objetos, troncos y silencios, procede de una secreta belleza que hay que descifrar con la misma serenidad y lentitud con la que transcurren sus palabras.
Si poesía bien escrita es aquella que al decir de Borges está realizada con palabras que miran hacia un mismo lado, la de Aurelio Arturo pertenece a esa estirpe: todos sus vocablos señalan hacia un ahondamiento de la realidad. Y eso mismo exige su obra de parte del autor atento: un adentrarse por los silencios de sus poemas que son como fisuras hacia un mundo escondido, un descorrer el velo de lo real gracias al don de su palabra.
No hay adorno, artes de embalsamador, en la escasa y honda poesía de Arturo. La savia que recorre los paisajes de “los países de Colombia” atrapados en su poética, es la misma que nutre su escritura.
Alguien decía que, a la manera de Esenin, el gran poeta de Rusia, Arturo era nuestro último poeta del campo.  Pero lo que atrae de nuestro lírico es, más que una geografía física, la geografía espiritual en la que se inserta cada una de sus bellas imágenes que tienen nacimiento en una especie de  impresionismo sensorial.
Ponerse en contacto con “Morada al sur”, su único, breve e intenso libro, es encontrar un discreto gusto en la elección de las palabras que corresponden a su interior musicalidad y a unos temas que se entrecruzan y se bifurcan.
La noche en sus versos  es un vasto recinto, un albergue, y no sólo la noche aldeana, sino la noche espesa de las ciudades, hacia la que poco a poco van girando sus motivos:

No la noche que arrullan las ramas
y balsámica con olor de manzanas,
con el efluvio de la flor del naranjo;
oh! no la noche campesina
de piel húmeda y tibia y sana;

no la noche de Tirso Jiménez
que canta canciones de espigas
y muchachas doradas como espigas;
no la noche de Max Caparroja,
en el valle de la estrella más sola
cuando un viento malo sopla sobre las granjas
entre ráfagas de palabras moradas;
no la noche que lame las yerbas;

no la noche de brisa larga,
hojas secas que nunca caen,
y el engaño de las últimas ramas
rumiando un mar de lejanos relámpagos;
no la noche de las aguas melódicas
volteando las hablas de la aldea;
no la noche de musgo y del suave
regazo de hierbas tibias de una mozuela;
yo amo la noche de las ciudades...
(Amo la noche)

Esa noche intemporal y mítica que se da en el poema de Aurelio Arturo por vías de la negación (“no la noche que arrulla en las ramas”... “no la noche de Tirso Jiménez”... “no la noche de brisa larga”) pertenece a un ámbito espiritual.
Varias noches y una sola conviven en la obra del poeta, como varias infancias y una sola.  De esa ensoñación, de ese arte de encantamiento de un  tiempo recobrado, está hecha buena parte de la lírica del poeta nariñense.  Como en el poema de Arnoux citado por Bachellard en “La poética de la ensoñación”: “Tantas y tantas infancias tengo/ que contándolas me perdería en ellas”, nuestro poeta tiene tantas y tantas noches que podría perderse en el laberinto que le propician, si no hiciera luz con su palabra.
Lo conceptual da paso a lo sensorial en la obra de Arturo.  Esa manera soslayada que tiene para expresar sus mundos interiores no tiene más alto precedente en nuestra poesía. Hasta sus silencios recubren una oculta musicalidad. Es una música nueva, discreta y envolvente.
No es una sonoridad externa, lexicográfica, sino algo más natural aún que la palabra.
Ese innombrable asunto que hay en sus versoses un fundamento de su estética. No lo que se dice con el verbo sino lo que se dice con el ritmo.  Más lo que se canta que lo que se cuenta.  Eso que de nuevo parece informarse a sí mismo en el poema. Si de alguna manera puede definirse a Aurelio Arturo, quizá sea como traductor de sí mismo, como alguien que se escucha atentamente en el silencio para sentir el cauce secreto de sus voces.  Así como alguien recuesta su oído en la carrilera para saber si el tren se avecina, el poeta de “Morada al sur”se escucha a sí mismo para dar salida a sus ritmos.
Aurelio Arturo vino a cambiar la música vieja, cansada, de la poesía colombiana: para ello no necesitó de grandes alardes ni grandes manifiestos.  Lo hace con discreción, desde la publicación en 1942 de su poema“Morada al sur”, el mismo año en que Porfirio Barba Jacob edita “El corazón iluminado”.
De allí a esta parte, no hay casi ningún poeta colombiano que no se sienta atraído y deslumbrado por la serenidad de sus palabras.
Creo intuir que más allá de la factura impecable de los poemas de Arturo, de su vigilia y forcejeo con el lenguaje, sus versos nacen de una imagen suscitada por un ritmo, de la cual se desprende todo el cuerpo del poema.  Otra vez, en poemas como “Lluvias”, el texto parece, además de una descripción del agua en un paisaje invernal, estar dando cuenta de su propia escritura. 
Si en vez de la lluvia pensamos en la palabra, si el silabario de las gotas lo cambiamos por el silabario de las palabras, sentimos cómo el poeta nos habla en una lengua que a su vez habla de sí misma:

ocurre así
la lluvia
comienza un pausado silabeo
en los lindos claros del bosque
donde el sol trisca y va juntando
las lentas sílabas y entonces
suelta la cantinela

así principian esas lluvias inmemoriales
de voz quejumbrosa
que hablan de edades primitivas
y arrullan generaciones
y siguen narrando catástrofes
                 y glorias
           y poderosas germinaciones
cataclismos
           diluvios
hundimientos de pueblos y razas
                        de ciudades
lluvias que vienen del fondo de milenios
con sus insidiosas canciones
su palabra germinal que hechiza y envuelve
y sus fluidas rejas innumerables
que pueden ser prisiones
                             o arpas
                                o liras
.........................................................
.........................................................

Y agrega sobre las palabras, en algo que es como un procedimiento de suplantación:

olvidamos su treno
y las amamos entonces porque son dóciles
y nos ayudan
y fertilizan la ancha tierra
la tierra negra
                  y verde
                           y dorada.

El qué decir y el cómo hacerlo están tan ligados en la expresión poética de Aurelio Arturo, que no sólo en la disposición tipográfica de los versos de “Lluvias”, sino en la cadencia misma de sus giros y vocablos, sentimos la música, el sonido de un espacio invernal.
Todo esto se produce en la idea recurrente de que sus poemas tienen, en un alto número y en un alto grado, un arte poética de fondo.  Porque se siente en mucha de su poesía cómo esa lluvia del lenguaje “comienza un pausado silabeo” para luego soltar “la cantinela”.  La palabra desnuda, la palabra cotidiana, se ve tocada de una nueva vida gracias a la serena metaforización que desliza Arturo a lo largo de sus versos.
Mi generación debe, más que a ningún otro poeta, a la enseñanza del poeta de“Morada al sur”.  Es la suya una lección de tenue lirismo. Sus poemas, como algunos momentos de Jorge Gaitán Durán, de Carlos Obregón o de Fernando Charry Lara, que buscaron la mesura verbal, ayudaron a conformar una rica vertiente de la poesía colombiana que llega a nuestros días.
De otra parte, por primera vez el país geográfico, nuestro entorno, deja de tener en el poema un sesgo nacionalista, un rango patriotero, para hacernos ver la tierra de todos y de nadie:

Oíd el canto de las tierras de nadie.
Tanta belleza es cierta, viva, sensual, sencilla,
no obstante todo aquí habla de otras tierras más dulces,
todo aquí es presencias y hablas de maravilla.

Dispútanse las hojas cada cual susurrando
tener un más hermoso  país ignoto y verde,
y las nubes, se dicen, sedosas resbalando:
aún más bello y dulce otro país existe.

Y unas aguas oscuras que casi no se escuchan
pretenden que su vago país aún más dichoso
es, que los ilusorios países de la nube.
¡Oh presencias aquí de arrulladas orillas!

De noche las estrellas murmuran: somos hojas
de celestes follajes, y en acordados ritmos
cada hoja se mece al son de alguna estrella,
en estos cielos vivos de las tierras de nadie.

En estos cielos vivos de las tierras de nadie
hay tanto vuelo ágil, tanta pluma irisada,
que es como si los pájaros fueran aquí más libres,
que es como si esta tierra fuera tierra de aves.

Cielos abandonados a las nubes y al vuelo
melodías de alas que en el trino las abren,
y a las algarabías vegetales que llaman
las lentas nubes blancas de las tierras de nadie.

Tierras, tierras de nadie, oh tierras sin caminos
que aún no oís el ritmo de la humana tonada,
la dulce y suave y honda tonada de las bocas
rojas, la flecha leve que ató toda distancia.

El tema del paisaje virgen en el que no existen caminos, crea un ámbito de libertad que la palabra de Aurelio Arturo dignifica. Sus palabras son de nuevo “aguas oscuras que casi no se escuchan”: así anda su verbo descalzo por los senderos del poema.Todo es rumor, sonido de acequias, de hierbas que crecen, en fin, de hechos intangibles a los que dota de vida desde un carácter elusivo que habla cuando calla y calla cuando dice.
Si Baudelaire señalaba que el mundo es “un almacén de símbolos”, en el amplio espectro simbólico de Aurelio Arturo creo ver a un hombre que supo cargarse de provisiones para el breve camino de su arte.
 Sus bodegas interiores, su amplia alacena no lo es tanto por la cantidad de símbolos y de registros, como por la precisión de ellos.  ¿Ya Rimbaud no había conocido la historia del mundo desde la noche de un granero?  Y claro, todos esos símbolos de pureza de la infancia, de grietas en el sueño, de lluvias eternas, de casas invadidas por la música, están envueltos en un idioma de un sabor que raras veces se percibe en la poesía hispanoamericana. 
Entre su bagaje simbólico hay uno que se centra en la infancia, que señala sin duda el asombro del niño que persiste en habitar en todo autentico poeta.  Cuando el señor Barrie, autor de Peter Pan, decía que al momento en que un niño afirmaba la inexistencia de las hadas, una de ellas caía muerta al piso, quizá señalaba la aparición de la madurez, ese momento en que el poeta-niño da paso al poeta-muerto.  En su “Canción de las hadas” Arturo hace profesión de fe en estos seres de leyenda, como un emblema del asombro, en la creencia y la afirmación de otros mundos milenarios: “¿No creer ya en las hadas?/ Pero entonces... Yo creo, ciertamente,/ que mi antigua aya era una reina de hadas,/ y lo supe cuando en el cielo de su mirada/ subían rosas ardientes y cuando su palabra/ quemó mi piel sin dejar señales,/ y porque en su corpiño, bajo las sedas,/ le palpitaban palomas blancas”.
Otra vez lo entrevisto por Aurelio Arturo da cuenta desde elementos simbólicos –en realidad toda gran poesía es simbólica- del sentido de estar vivo, aquello que Wallace Stevens apreciaba como inherente a la verdadera poesía.
Más allá de lo que Denise Levertov llama “poesía de impulso lingüístico”, algo que tuvo asiento en el surrealismo, los poemas de “Morada al sur” nacen de una contemplación directa o recordada.  La misma Levertov nos recuerda que contemplar proviene de “templum, templo, lugar, espacio de observación indicado por el augur”.
¿Se podría decir entonces que la poesía de Arturo por ser contemplativa está de espaldas a cualquier acción? En contradicción con la teoría de Pierre Reverdy, que afirmaba que la poesía no habita en la naturaleza, que las imágenes no existen sin que el hombre las vea, el poeta colombiano parece creer que la rosa también disfruta de su olor. Algo que niega una visión puramente contemplativa.
Siempre hay una acción cuando la palabra sirve de instrumento, de herramienta para penetrar y bucear en la naturaleza, en las muchas realidades que conviven en una más amplia realidad.
La transformación de las cosas en la poesía de Aurelio Arturo y de esta en las cosas, es un diálogo, una tenue conversación:

Y termina la canción porque el gallo canta
y el sueño despierta el pequeño cadáver,
y llega el alba sobre sus yeguas blancas.
(“Canción del niño que soñaba”)

Coloquial, metafórico, descriptivo, cotidiano y onírico, el hacer poético de Aurelio Arturo se nutre de un apetito de saberes.
No sólo del acaecer cultural,  del conocimiento de otras lenguas ni del recuerdo de seres que en el sur del país lograban hacer del trabajo una epopeya de camaradería y serenidad, está construida la morada de su poesía. 
En el fondo de cada uno de esos paisajes atrapados en una larga cacería de imágenes, Arturo pone como epicentro al hombre, sus alegrías, sus dudas, sus oficios, sus evocaciones y desvelos.
En toda esa visión lírica de un mundo que ahora parece perdido, hay  un rigor que busca lo esencial.  No el rigor que constriñe, el rigor que limita, sino el que libera de exotismos, de trivialidades y grandilocuencias.

Aurelio Arturo en sus propias palabras:
“He escrito un viento, un soplo vivo/ del viento entre fragancias, entre hierbas/ mágicas./ He narrado el viento, solo un poco de viento”.
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