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HOMO DEUS (1)
Por Fernando Duque
El que
piense que la naturaleza es buena que vaya y mire nada más como se devoran
entre sí todos los animales; como el pez
grande se devora al chico y como el fuerte destroza al débil. Pero sucedió que un día, un simio
adelantado dio un salto cualitativo y descubrió la manera de devorarlos a todos
sin ningún límite (un pez no come rinoceronte, un caballo no come patos). Así
es como desde ese instante el ser humano se los devora a todos. Y con ese brinco
cualitativo fruto de la revolución cognitiva, afinó los métodos de la caza y la
guerra y se convirtió en el amo del mundo. Luego vino la revolución agrícola,
las grandes religiones, los imperios, la política, la filosofía pero, el ser
humano seguía siendo víctima del hambre, la peste, las enfermedades “naturales” y la guerra. Hasta que hace 500 años cansados de
aceptar este destino el ser humano se
arriesgó a “estudiar” la naturaleza para torcerle el cuello y se inventó la
ciencia. A mediados del siglo XX –es la tesis comprobada por Harari– el ser
humano dominó tres de esos problemas, al
punto de que hoy no hay ese tipo de pestes o su impacto es mínimo. Se muere más
gente de obesidad que de hambre y más de
diabetes que de guerra. “El azúcar es ahora más peligroso que la pólvora”, dice
el autor de referencia.
Mi
conclusión es que cambiaron las enfermedades, las inventó la misma ciencia, la
industria o el capitalismo. Bueno y… ¿esto debido a qué? Al desarrollo
descontrolado del conocimiento. Gracias al conocimiento, a la ciencia y a la
tecnología, no sólo derrotamos estas tres calamidades (que nos perseguían hace
más de cuatro millones de años) sino que no contentos con esto –porque el ser humano nunca está
contento– vamos por la solución de los otros tres retos de mayor calado: la inmortalidad,
la felicidad y la divinidad. Destronado Dios de la sociedad humana, vamos por
la inmortalidad. ¿Cómo así que una persona con mucho dinero y poder no le va a pagar
a los científicos para que le prolonguen
la vida y no se tenga que morir tan rápido como cualquier pobretón? La idea y
práctica es regenerar órganos y tejidos, invertir en genética y nanotecnología
porque ese potentado no acepta la muerte ni la vejez y querrá seguir
disfrutando de los placeres mundanos por lo menos hasta los 140 años.
La
segunda, la felicidad, es la religión de toda la humanidad. Todo el tiempo nos
están vendiendo la idea de que hay que ser más felices, que realmente ese es el
sentido de la vida y entonces que compre, viaje y alardee, se muestre en una selfie y se
vea tan lindo que quedó. Y ni un minuto de dolor, malestar, incomodidad o
tedio. No señor, todo el tiempo sintiendo sensaciones placenteras. “La
investigación científica y la actividad económica se orientan a este fin, mejores
analgésicos, nuevos sabores de helados, juegos más adictivos para nuestros
teléfonos inteligentes, etc., etc.”, y agregaríamos lo último en el mercado…
condones con sabor a chocolate, fresa o vainilla.
Y por
supuesto la inmortalidad. Ahhh… desde que el hombre es hombre ha soñado con eso.
Desde que la mente y el lenguaje pudo
hacer soñar, crear, inventar, al hombre le ha fascinado ser todopoderoso, ser
más, ser dios, por eso se inventó a los dioses y a Dios. Un reflejo de su
deseo. Ser mágico, ser fuerte, mandar
rayos, hacer morir, generar catástrofes. Está en el cerebro humano, miren nada
más a los niños, cómo gozan destruyendo reinos con sus espadas mágicas, sus pistolas
eléctricas, haciendo aparecer y desaparecer cosas. ¡Qué infantiles hemos sido
siempre y aún somos! Y ay! del que no lo sea, es un amargado, un resentido, un
triste, un infeliz. Pobrecito el que se
dedique a leer, a pensar, a observar y no esté frenéticamente consumiendo,
corriendo, bebiendo, tirando, paseando, comprando…
Bueno,
a esta inmortalidad le tenemos tres opciones: la ingeniería biológica, la
ingeniería ciborg y terminator. El primero te regenerará todo lo que se te
dañe, el segundo te repondrá con un aparato mecánico y el tercero, es inteligencia
artificial: terminator. Claro, esto no es para todo el mundo. Sólo para los que
tienen el dinero. Pero, acaso… ¿siempre no ha sido así? Obviamente, esto
funciona exceptuando catástrofes naturales, aviones que se caen, accidentes,
atentados o un balazo en la nuca. Como
siempre sólo los ricos tendrán acceso a
las comodidades de la ciencia o ¿acaso alguien de Prepagada, EPS o Sisben puede
volar rápido a España o EEUU como lo
hicieron Vargas Lleras y Santos últimamente a sus respectivos chequeos y tratamientos?
Bueno,
sólo les he contado lo que Harari cuenta en las primeras 83 páginas de su nuevo
libro. El piensa que el humanismo, la religión actual, hace culto a la
felicidad, la inmortalidad y la divinidad y que la ciencia trabaja para ello pero
también puede contener la semilla de su caída. Tratar de inventar a Terminator
lo puede llevar a su propia destrucción. Un día él se cansará de ser esclavo de
su creador y le hará lo mismo que nosotros al simio, dominarlo (Blade Runner).
Harari no es un áulico de la ciencia, él cuenta lo que está haciendo la ciencia
y muestra los posibles caminos hacia donde nos encaminamos inconscientemente. Nos recalca que Homo Sapiens es un animal,
cómo llegó hasta acá abriéndose camino entre todos los demás animales, cómo
inventó la ciencia, porqué llegó a
convertir el humanismo en la religión del mundo, en el culto al hombre, y
porqué estamos a punto de ser como dioses.
Por
nuestra parte afirmamos lo siguiente, que también lo dicen otros. Creo que la
clave de toda esta problemática está en la política y la ética. Cuando los
griegos inventaron las dos –que eran una sola–
estaban pensando en el bien para toda la humanidad. Hoy yo creo que la
ciencia y la política sirven para el bien de unos pocos. Y de unos pocos muy
ambiciosos, locos y enfermos de ambición y poder. El calentamiento global es el
síntoma y una consecuencia. Más de la mitad de los científicos trabajan proyectos para esos pocos potentados (menos
del 0.1%) para la guerra (armas, transporte, comunicaciones, medicina). La
ciencia no piensa, decía Heidegger y Estanislao Zuleta, son analfabetas o
esclavos de bata blanca.
A leer
pues HOMO DEUS para seguirnos asombrando de nosotros mismos.
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Publicado
parcialmente en
http://www.caliviva.com/ No. 42
( 1 ) Yuval Noah Harari. “Homo Deus”, editorial Penguin Random House, Editorial
Debate, Impreso en Colombia Bogotá. 2016.
528 páginas.
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